Día de muertos en Morelia

Cuatro horas nos separan de nuestro destino. Atravesando el poniente de la ciudad de México y parte del estado de México aparecieron las sierras y de esta forma entramos a Michoacán para llegar a nuestro hotel en la capital del estado, Morelia.

Después de comer algunos platillos locales empezamos a caminar la ciudad, la cual fue nombrada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO en 1991. Construida en cantera rosa y famosa por esto, alumbrada en las noches por luces de faroles, le da a uno la sensación de estar caminando en la época colonial, a no ser por los autos que van de un lado para el otro por las calles. Entramos al Conservatorio de las Rosas, un enorme edificio que funciono como convento en principio y el día de hoy alberga el Conservatorio de música, el cual presume ser el primero de América. Saliendo de aquí y a pocos pasos de distancia entramos al Centro Cultural Clavijero, otro imponente inmueble el cual fue un monasterio durante el periodo virreinal y actualmente sirve como medio difusor de las artes. Luego ingresamos a la Catedral de Morelia, magnífico edificio de estilo barroco del siglo XVIII. Saliendo de aquí fuimos a descansar algunas horas para estar listos para el evento más importante que vive la ciudad en este día, el Día de Muertos.

Toda la ciudad, inclusive los edificios anteriormente mencionados se encuentran adornados con altares de muertos, en donde se depositan diferentes tipos de ofrendas que eran de agrado del difunto. Pan de muerto, calaveritas de azúcar, flores de cempasúchil invaden los altares. La flor de cempasúchil de color amarillo intenso se ve por doquier siendo esta la época de cosecha de la misma y trayendo orígenes de tradición prehispánica.

Entrada la noche y a bordo de nuestra camioneta empezamos a rodear el inmenso Lago de Cuitzeo, para conocer diferentes pueblos y panteones que se encuentran a orillas del lago, comenzamos por Santa Fe de la Laguna. Aquí visitamos la casa del muerto del año. Respetuosamente saludamos primero a la familia, la cual nos ofreció chocolate caliente y pan, luego dejamos una ofrenda en el altar y comimos en casa de Inés, una señora que cocina 100% artesanal sin utilizar utensilios eléctricos. Corundas, tamales, quesadillas atole y chocolate componían el menú. Seguimos nuestra recorrida nocturna rumbo al panteón de Arocutin. Las campanas de la capilla repicaban sin cesar a medida que nos acercábamos, el olor a humo invadía el aire, entrando al panteón las luces de las velas, muchísimas velas, iluminaban la escena, flores de cempasúchil en todos lados y las familias velando a sus muertos durante toda la noche, los más pequeños dormían entre cobijas al lado de las tumbas mientras los mayores hacían fogatas para espantar el frio de la noche. Al fondo, la capilla y sus campanas que seguían sonando y gente que entraba y salía echando plegarias al viento.

La siguiente parada fue el panteón de Tzintzuntzan, más grande que el anterior y más concurrido, aquí se siente un ambiente más festivo si se quiere, con mariachis y tríos norteños cantándoles a los difuntos y la gente bailando y bebiendo. No hay tristeza, dolor, ni lágrimas, todo lo contrario, es lo más cercano a una fiesta, solo que no es una casa, no es una discoteca sino un camposanto.

Nuestra última parada fue el panteón de Tzurumútaro, ya eran casi las 3 de la mañana cuando llegamos aquí, este fue el cementerio  con menos asistencia en esta noche, quizá por el horario… Dimos una vuelta apreciando los diferentes altares, con un gran trabajo artesanal formando grandes figuras las flores de cempasúchil cumplen un rol protagónico en esta noche.

Saliendo del último panteón visitado esta noche, subimos a la camioneta y volvimos a nuestro hotel en Morelia, ya eran las 4 de la mañana y mucha gente sin duda iba a amanecer al lado de la tumba de su difunto, velándole el sueño en este día tan especial que fue el Día de Muertos.